martes, 24 de febrero de 2009

ANGEL GONZALEZ

EN TI ME QUEDO

De vuelta de una gloria inexistente,
después de haber avanzado un paso hacia ella,
retrocedo a velocidad indecible,
alegre casi como quien dobla la esquina de la
calle donde hay una reyerta,
llorando avergonzado como el adolescente
hijo de viuda sexagenaria y pobre
expulsado de la escuela vespertina en la que era becario.
Estoy aquí,
donde yo siempre estuve,
donde apenas hay sitio para mantenerse erguido.

La soledad es un farol certeramente apedreado:
sobre ella me apoyo.

La esperanza es el quicio de una puerta
de la casa que fue desarraigada
de sus cimientos por los huracanes:
quicio-resquicio por donde entro y salgo
cuando paso del nunca (me quisiste) al todavía (te odio),
del tampoco (me escuchas) al también (yo me callo),
del todo (me hace daño) al nada (me lastima).

No importa, sin embargo.

Los aviones de propulsión a chorro salvan rápidamente
la distancia que separa Tokio de Copenhague,
pero con más rapidez todavía
me desplazo yo a un punto situado a diez centímetros
de mí mismo,
de prisa,
muy de prisa,
en un abrir y cerrar de ojos,
en sólo una diezmilésima de segundo,
lo cual supone una velocidad media de setenta kilómetros a la hora,
que me permite,
si mis cálculos son correctos,
estar en este instante aquí,
después mucho más lejos,
mañana en un lugar sito a casi mil millas,
dentro de una semana en cualquier parte
de la esfera terrestre,
por alejada que os parezca ahora.
Consciente de esa circunstancia,
en muchas ocasiones emprendo largos viajes;
pero apenas me desplazo unos milímetros
hacia los destinos más remotos,
la nostalgia me muerde las entrañas,
y regreso a mi posición primera
alegre y triste a un tiempo
-como dije al principio:
alegre,
porque sé que tú eres mi patria,
amor mío;
y triste,
porque toda patria, para los que la amamos,
- de acuerdo con mi personal experiencia de la patria-
tiene también bastante de presidio.

Así,
en ti me quedo,
paseo largamente tus piernas y tus brazos,
asciendo hasta tu boca, me asomo
al borde de tus ojos,
doy la vuelta a tu cuello,
desciendo por tu espalda,
cambio de ruta para recorrer tus caderas,
vuelvo a empezar de nuevo,
descansando en tu costado,
miro pasar las nubes sobre tus labios rojos,
digo adiós a los pájaros que cruzan por tu frente,
y si cierras los ojos cierro también los míos,
y me duermo a tu sombra como si siempre fuera
verano,
amor,
pensando vagamente
en el mundo inquietante
que se extiende -imposible- detrás de tu sonrisa.


ESO ERA AMOR

Le comenté:
-Me entusiasman tus ojos.
Y ella dijo:
-¿Te gustan solos o con rimel?
-Grandes,
respondí sin dudar.
Y también sin dudar
me los dejó en un plato y se fue a tientas.


ESTO NO ES NADA

Si tuviésemos la fuerza suficiente
para apretar como es debido un trozo de madera,
sólo nos quedaría entre las manos
un poco de tierra.
Y si tuviésemos más fuerza todavía
para presionar con toda la dureza
esa tierra, sólo nos quedaría


NADA ES LO MISMO

La lágrima fue dicha...

Olvidemos
el llanto
y empecemos de nuevo,
con paciencia,
observando a las cosas
hasta hallar la menuda diferencia
que las separa
de su entidad de ayer
y que define
el transcurso del tiempo y su eficacia.

¿A qué llorar por el caído
fruto,
por el fracaso
de ese deseo hondo,
compacto como un grano de simiente?

No es bueno repetir lo que está dicho.
Después de haber hablado,
de haber vertido lágrimas,
silencio y sonreíd:

Nada es lo mismo.
Habrá palabras nuevas para la nueva historia
y es preciso encontrarlas antes de que sea tarde.


entre las manos un poco de agua.
Y si fuese posible aún
oprimir el agua,
ya no nos quedaría entre las manos
nada.


PREÁMBULO A UN SILENCIO

Porque se tiene conciencia de la inutilidad de tantas cosas
a veces uno se sienta tranquilamente a la sombra de un árbol
en verano
y se calla.

(? ¿Dije tranquilamente? falso, falso:
uno se sienta inquieto, haciendo extraños gestos,
pisoteando las hojas abatidas
por la furia de un otoño sombrío,
destrozando con los dedos el cartón inocente de una caja de fósforos,
mordiendo injustamente las uñas de esos dedos,
escupiendo en los charcos invernales,
golpeando con el puño cerrado la piel rugosa de las casas
que permanecen indiferentes al paso de la primavera
una primavera urbana que asoma con timidez los flecos
de sus cabellos verdes allá arriba,
detrás del zinc oscuro de los canalones,
levemente arraigada a la materia efímera de las tejas a
punto de ser de polvo.)
Eso es cierto, tan cierto
como que tengo un nombre con alas celestiales,
arcangélico nombre que a nada corresponde:
Ángel
me dicen
y yo me levanto
disciplinado y recto
con las alas mordidas
quiero decir: las uñas
y sonrío y me callo porque, en último extremo,
uno tiene conciencia
de la inutilidad de todas las palabras.

7 comentarios:

Eli dijo...

Hola, preciosa. Gracias por estar de vuelta. Y gracias por la poesía; no conozco a este autor.

Un besazo, Eli.

Alberich dijo...

Un poeta especial.

Gracias guapísima.

Guaja dijo...

Gracias a ti, Eli.
Este es uno de mis poetas favoritos. Si tienes un rato y ganas, busca algo de el y me cuentas. Y si no te mando algo.


Al, que razon tienes. ;)

Salem6669-Satori6669 dijo...

Gracias por compartirla con nosotr@s,
la poesía,
la nostalgía
y tu sonrisa ( que se deja entrever por la red cada vez que te pones frente al ordenador )

Pd.- Intentaré estar más por acá,
aunque me vuelvo a Andorra en la última semana de marzo,
ah! el Snow ;oP,
Menos mal que no hay apuro para lo del mate,
porque si no me temo que me lo vas a acabar dando con ají ;o)
Besinos

Lenka dijo...

Guaja, tienes un premio en mi blog. Pásate a recogerlo.

;)

don Vomitivo (ex Bowman) dijo...

Besos

Guaja dijo...

Gracias, Bow